Lucía González Mendiondo: "Antes el enemigo era el sistema patriarcal capitalista, ahora es el hombre". ¿Cuáles son los límites que tiene el género para entender las relaciones entre los sexos? Esa es la gran pregunta a la que Mendiondo trata de ofrecer una respuesta.
Sin pelos en la lengua ni andarse con medias tintas, Lucía González Mendiondo, sexóloga, feminista y profesora de la Universidad de Zaragoza, reflexiona sobre la deriva institucional del feminismo, el género como teoría monolítica y sus consecuencias para las relaciones entre mujeres y hombres en su libro El género y los sexos. Repensar la lucha feminista (Ed. El Salmón). El objetivo: repensar los planteamientos teóricos de la lucha feminista.
Reivindica que el feminismo vuelva a la calle.
-El feminismo, como lucha social que es, estuvo y está en la calle. Lo que no está es su agenda. La lucha feminista se originó como una respuesta a una situación de cultura machista fruto del malestar que sentían las mujeres en su vida diaria. Sin embargo, durante la llamada segunda ola, el movimiento trasciende los límites de la lucha social y se convierte mediante la teoría de género en una especie de verdad científica, haciendo que el Estado y la academia se hagan feministas. Desde ese momento, la lucha que hay en la calle es importada desde la academia, las políticas públicas, los medios de comunicación? Es decir, la agenda se marca de arriba abajo y no de abajo arriba, tal y como sucedía en los inicios. Y con ello, cambian el enemigo a batir.
Habla de feminismo y género como si fueran dos cosas distintas.
-Lo hago porque lo son. Feminismos hay muchos, pero el que ha calado más allá de la lucha feminista es aquella corriente del feminismo de la igualdad, a partir del que se desarrolla la teoría de género. Parece que ya no se puede ser feminista sin comulgar con el paradigma de género, tanto a nivel institucional como a pie de calle. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica por ese reconocimiento de la mujer de estar en el mundo.
¿El género es ideología o es ciencia?
-Ciencia no es. Si la ciencia feminista fuera ciencia no necesitaría el adjetivo feminista. El género representa una forma de entender el mundo, un relato sobre cómo se articulan las relaciones entre los sexos dentro del patriarcado capitalista. Por tanto, es un discurso con base ideológica porque viene del movimiento feminista marxista. Por consiguiente, con una visión concreta del mundo y un plan para transformarlo, luego es política. Y no le veo el problema a que lo sea. De hecho, cuando al género se le acusa desde de la derecha de ser un discurso político, efectivamente lo es y además a mucha honra. Un discurso social no puede no ser ideológico.
Antes ha comentado que con el cambio de agenda también ha cambiado el enemigo a batir.
-La primera ola del feminismo buscaba la igualdad en la diferencia. Sin embargo, a partir de la teoría de género y su sistema sexo-género, se pasa a intentar suprimir las diferencias para lograr la igualdad. En este proceso, el enemigo pasa de ser el sistema patriarcal capitalista, sustentado tanto por hombres como por mujeres, a ser el hombre. Con esto no quiero decir que el género no haya sido útil: a nivel de análisis social ha aportado muchísimo. Sin embargo, comprender toda interacción social desde el punto de vista de la opresión es un error y más en lo que a las relaciones íntimas se refiere.
¿Pero lo personal no es político?
-Lo personal es político siempre, porque somos sujetos políticos. Pero que lo personal sea político no es un pretexto ni puede serlo para que lo político, entendido como gestión pública del sistema, invada lo personal y tengamos que regularlo todo, hasta una mirada, un tocamiento de culo o un coito. Una cosa es que todo sea político y otra muy distinta es pensar que lo institucional tenga que entrar en lo personal.
Parece que no comulga demasiado con el género.
-No, no lo hago. Por un lado, porque hablar de género implica hablar de subordinación de la mujer frente al hombre. Ver nuestra vida íntima desde el género implica ver en todo siempre esa subordinación, creando así esa cultura de la violación. Con esto no quiero decir que en lo íntimo no haya opresión. De hecho, sin ninguna duda el amor romántico oprime a las mujeres, pero también a los hombres. Aceptar lo primero pero no lo segundo significa negar que ambos seamos víctimas de ese sistema que nos dice cómo tenemos que ser unos y otras. Pero además, imposibilita el logro de uno de los objetivos de los feminismos: el empoderamiento.
¿Por qué?
-Para empezar, hablar de oprimidas y opresores, de víctimas y verdugos, no culpabiliza al sistema sino a los hombres. En consecuencia, se pide al Estado y a otras instituciones que protejan a las mujeres frente a los hombres porque una víctima se caracteriza por no tener herramientas propias para salir de esa situación. Es decir, se promueve un victimismo femenino implícito y una criminalización masculina explícita que deriva en un asistencialismo institucional. Al final estamos pidiendo que el sistema nos dé seguridad metiendo el poder y la legislación en la cama, pero eso es lo opuesto a la libertad sexual y el empoderamiento. Yo entiendo que esta legislación aparezca porque hacía falta una protección, pero no que la legislación lo abarque todo.
¿Cuáles son los problemas de meter el poder y la legislación en la cama?
-Como ya he dicho, el poder está en la cama y claro que hay machismo en las relaciones, pero ese machismo y esos ideales románticos nos oprimen a ambos. Sin embargo, cuando se habla desde el género de problemas en parejas, de relaciones que son construidas por dos, no se conciben como una relación tóxica que es tóxica para ambas partes, sino como una relación de poder en la que ella es la víctima y él, el agresor. Cuando esto se interioriza, cualquier detalle se puede interpretar como que él es un machista porque depende más de cómo se sienta ella que de cómo actúe él.
¿De cómo se sienta ella?
-Así es. Claro que hay violencia y hombres violentos y, normalmente, las mujeres pagamos el pato. Eso es innegable. Pero muchas veces estamos definiendo como violencia, especialmente la psicológica, cualquier cosa que a ti te violente. Y yo me puedo sentir violentada por la situación, por contradecir mis propios deseos y un largo etcétera, pero eso no te convierte a ti en un agresor. Vivimos en la cultura de los ofendiditos, en la que cualquier cosa puede ofender, pero si todo me ofende igual la que tiene un problema soy yo.
Hay casos en los que las mujeres son violentadas pero no lo reconocen.
-Por supuesto. Y en esos casos se ayuda a las mujeres a identificar situaciones de violencia. Aun así, si tú no eres consciente de ello y aun así te consideras feliz, ¿quién soy yo para decirte lo violentada que estás siendo?
¿Y cuando hablamos de relaciones de una noche?
-En las relaciones de una noche, a veces nos arrepentimos al día siguiente. Al final, cuando haces cosas que no te convencen en lo íntimo, te sientes sucia, mancillada. Pero te ha mancillado la situación, no él. Muchas veces se dice: él no supo ver que yo no quería. Bueno, al igual que hay que darle herramientas a los chicos para entender ese lenguaje corporal, también habrá que darles herramientas a ellas para que si no quieren algo lo hagan saber. No se puede pedir la telepatía. Y no estoy diciendo que si no hay un ‘no’ explícito signifique un ‘sí’. Hay situaciones, como en las que hay drogas de por medio, que la propia situación ha de interpretarse como un ‘no’ rotundo. Pero tampoco puede ser que al día siguiente, porque yo no me sienta bien por lo que hice, él sea considerado como un agresor. Si consientes tienes que asumir las consecuencias, aunque no sean las que deseas o esperabas.
¿Y qué supone para aquellas relaciones que no son tóxicas?
-Esta perspectiva de género se traduce en un conflicto añadido a la pareja, que entra en un estado de vigilancia permanente tanto interna como externa. A mí me han llegado a decir que cómo puedo hacer una felación cuando eso es una práctica de dominación. Si a mí me gusta ver excitado a mi pareja y hacerle disfrutar, ¿por qué es un acto de dominación? Pero se piensa que es opresor porque en esa práctica solo él disfruta? Viene a ser un dogma.
Y el dogma no hay que meterlo en la cama.
-Para nada, porque genera culpa, dolor y sufrimiento, ya sea un dogma religioso o uno político. Cuando unas ideas que en principio son liberadoras lo que hacen es cohibirte lo íntimo, en la cama, a lo mejor no eran tan liberadoras.