Reseña de "El género y los sexos" para la revista Hincapié, por Elsa Volga.

Esta es la crítica feminista al feminismo. Una propuesta a repensar la lucha y sus vanguardias. Estas han conseguido que el poder asimile buena parte del discurso feminista: la perspectiva de género. Es cierto que la perspectiva de género ayuda a comprender la discriminación de la mujer y las minorías eróticas. Pero resulta al mismo tiempo excesivamente totalizante y reduccionista. En la sexualidad y las relaciones eróticas no todo ha sido represión, y la lucha contra la desigualdad no es un enfrentamiento maniqueo entre hombres y mujeres: ellos opresores y verdugos por naturaleza animal, ellas oprimidas sin remedio. Esta es una de las tesis de la feminista Lucía González-Mendiondo. Está recogida en su librito El género y los sexos. Repensar la lucha feminista, publicado por ediciones El Salmón.

«En mi caso, la crítica que realizo a la teoría de género y el feminismo que lo alienta parte de la convicción de que un discurso semejante tiene poco de emancipador y ha perdido de vista el objetivo del feminismo: la libertad e igualdad entre individuos sexuados«. Lucía González-Mendiondo añade que el actual feminismo institucionalizado impone nuevos dogmas a mujeres y hombres, volviéndonos, menos autónomos y felices. Es cierto que la perspectiva de género es util para entender las relaciones de dominación en nuestra sociedad occidental y blanca, pero entre hombres y mujeres no todo es una relación de poder y dominación. Lucía añade que además la teoría de género distosiona la relación entre ambos sexos – propone hablar de sexos en vez de género -. La distorsión es producto de hasta dónde el dogma se ha colado en lo más íntimo de las personas, en nuestra sexualidad. Sexóloga desde hace 17 años, lleva escuchando las miserias eróticas de muchísimas personas comprobando que los dogmas tanto religiosos como políticos  – y en la era posmoderna más estos últimos – promueven un «deber desear» frente al propio deseo.«Las feministas heterosexuales necesitamos replantearnos cosas de nuestro discurso que chocan frontalmente con nuestro deseo. La disonancia cognitiva genera culpa, y la culpa es la que llena las consultas de los psiquiatras». Lucía diagnostica que el feminsimo corre el riesgo de ser absorbido por una sola de sus ramas, la de la perspectiva de género, probablemente la menos liberadora de todas ellas.

El gobierno se dice feminista. La academia se dice feminista. El estamento judicial enarbola leyes feministas. Los medios reiteran un discurso feminista. Los movimientos sociales y culturales idem. ¿Cuántos feminismos hay? ¿La teoría de género es una teoría política, ideólogica, o una realidad científica? El feminismo es el movimiento que persigue la igualdad social entre hombres y mujeres, o si se prefiere, el desmantelamiento del machismo en nuestras sociedades. Desde los años ochenta, la incusión de las teorías feministas en la academia, y en concreto la teoría de género, corrió en paralelo a una alianza entre algunos movimientos feministas y el Estado, creándose así instituciones de igualdad, además de reformas legales contra la violencia a las mujeres aceptadas por el estamento judicial. Esto otorgó al paradigma de género una credibilidad y trascendencia tal que la convirtió en verdad social y motor de nuevas prácticas y formas de entender la relación de los sexos. En ese proceso de institucionalizción, el feminismo ha perdido gran parte de potencial transformador, mientras sus demandas se ven rebajadas al tiempo que se cumplen algunos logros.

El empeño en definir las relaciones entre los sexos desde el modelo de género, analizando cualquier diferencia como síntoma de la desigualdad patriarcal, así como el objetivo de alcanzar mayores cotas de poder en la academia – con la concecuencia de una creciente profesionalización del feminismo – se manifiesta en la deriva hacia un asistencialismo: el instituto de la mujer en 1983 o el ministerio de la igualdad en 2008, concebidos desde la perspectiva de género. Desde entonces, el propio feminismo,o esa concreta rama de él, promueve la forma en que el sistema define y actúa contra el machismo. Del discurso contra el Estado como garante del hetero patriarcado se pasó a una alianza con él.

El clásico eslogan «Lo personal es político» de los 70 quedó trasformado por el nuevo feminismo institucional en que lo político debía de intervenir en lo personal.

Lucía González-Mendiondo admite que la incorporación de la perspectiva de género a la academia ha ayudado a «flexibilizar certezas, debilitar límites interdisciplinares y enriquecer el debate intelectual de muchas personas y grupos», sin embargo muchos de los estudios sobre mujeres adelecen de tics: la sexualización como destinos, es decir, el ensalzamiento de lo femenino como bondadoso per se frente a la natural brutalidad masculina; el surgimiento de un postfeminismo dedicado a suprimir cualquier diferencia entre los sexos considerando que son solo producto de las relaciones de género y producto de la dominación histórica de los hombres.

«Vemos cómo el género ha copado el campo teórico hatsa el punto de que basta con mencionar las diferencias biólogicas  para ser acusado de esencialista». Frente al género, el sexo – esto es la difrencia – es tratado como una variable clasificatoria, relegándolo a la biología y a la llamada conducta sexual. De este modo se le vacía de su importante contenido y significancia. Se llega a afirmar que las diferencias entre los sexos son una mera atribución de roles, tareas y conductas atribuidas a cada cual por la familia, la escuela, el lenguaje… o del capitalismo .. hetero masculino.

La comunicación sustituye a la producción como eje de la nueva sociedad posmoderna, y el conocimiento, como todos los aspectos de la vida, queda supeditado a los intereses y límites del mercado:el saber, en sus distintas modalidades, pasa a ser otra oferta  dentro de los productos intelectuales que pueden ser consumidos. El saber deja de buscar la verdad para centrarse en la deconstrucción e interpretación desde diferentes parcelas de la expriencia.

«En general dudo mucho que podamos comprender nuestra sociedad y relaciones humanas sin atender a la cuestión de género. Y en este sentido, la inclusión del género en la academia, las leyes y la vida social, es un triunfo de nuestra sociedad. Pero el género no lo es todo. No puede ser la única perspectiva y no tiene la respuesta a todo». Es más, si acpetamos que se trata de un discurso ideológico, de una forma concreta de percibir la realidad social, perdería el estatus de «verdad universal».

La asunción de las tesis feministas por el sistema reabre no pocos debates en el seno del feminismo y la sociedad: ¿Patriarcado y capitalismo son la misma cosa? ¿Se puede luchar contra el patriarcado sin desmantelar el capitalismo? «Mientras el feminismo institucionalizado e institucional se limite a dictar una ideología desde la academia, las leyes, los medios de comunicación, los centros de asistencia o la escuela, las mujeres no podrán escucharse a sí mismas, sus criterios y deseos, lo que esperan de ellas mismas y de los hombres: qué y cómo quieren compartirse con ellos».

Los sexos en tiempos del género

Para Lucía González-Mendiondo, vivimos «en los tiempos del género», y el futuro inmediato será el postgénero. La postmodernidad, este imperio de lo efímero en el que vivimos, se empeña y consigue deconstruir cualquier verdad o realidad preestablecida. Con el loable objetivo de acabar con la discriminación, niega la propìa sexualidad y la propia identidad sexual de las personas. «Nos topamos de repente con un nuevo frente: la batalla contra los sexos». Dos ejemplos:
– Mi hije aín no es niño ni niña: le estamos educando sin géneropara que elija cuando sea mayor. ¿Para qué quiere ser una mujer pudiendo ser personas?
– Hablar de diferencias biológicas es tremendamente reaccionario y conservador.

En esta sintonía postmoderna, la teoría de género es un concpeto sin episteme, rechaza cualquier aportación anterior que trate de abordar la relación entre los sexos, pues considera  ese conocimiento como sesgado por el patriarcado. En consecuencia el género reduce a lo biológico el sexo, califica de machista cualquier explicación de la interacción entre unos y otras que no sea la dominación. Se apropia de la sexualidad, del deseo, de la pareja y las devuelve cargadas de poder y sometimiento. Lucía González-Mendiondo considera que las teorías y prácticas queer y las postfeministas anulan las identidades ya sean sexual, de género, de clase o de raza. Su talante posthumanista confía en que la tecnología consiga poder crear un útero artificial que evite «liberarse» de ser hombre o mujer

González-Mendiondo sostiene que los sexos forman parte de un continuo. «Renunciamos a la superiodidad de uno sobre otro, pero también a su igualdad». «Si los criterios de igualdad nos llevan a pensar en la compatibilidad entre los sexos, serían precisamente las diferencias las que nos hagan comprender que hombres y mujeres no tenemos que ser compatibles en todo, sino compartibles, pues es lo que tienen de distinto lo que un sexo puede compartir con el otro«.

Y es aquí donde la autora llega al punto de fuga de la lucha feminista. Recuperando los escritos y la voz de las primeras mujeres que lucharon por la emancipación de las mujeres a finales del siglo XIX y principios del XX, como Enma Goldman, destaca que el objetivo de estas mujeres era alcanzar la libertad y la igualdad en la diferencia de los sexos. El feminismo de segunda ola reivindicaría el desmantelamiento del patriarcado, y en la década de los 70 «el problema pasó a ser el hombre, definido primero como opresor y posteriormente como verdugo«. Lucía recupera la crítica que Goldman hacia a las sufragistas de quienes criticaba la falsa libertad que para la mujer significaba el acceso al trabajo y al voto. «Esto difiere muy poco de lo que en los años 80 y 90 se nos presentó bajo el novedoso rótulo de conciliación de la vida domésyica y laboral  o el problema de la doble jornada, y me lleva a pensar que la ferviente acusación que muchas feministas y otros autores hemos hecho al actual Feminismo institucional de la igualdad, a saber: haber rearsorbido las demandas feministas en beneficio  del trinomio Estado-Mercado-Capital, carece de fundamento, dado que el feminismo  ha estado desde sus albores – sufragismo – al servicio de los intereses del mismo; siendo, por lo tanto, un producto del capitalismo».

El libro y la voz de Lucía González-Mendiondo aparece oportuna. Las mujeres hacemos frente bajo la apariencia de rebelión a formas que esconden una mayor sumisión. Desde las edulcoradas y retorcidas tesis de Foucualt, el relativismo posmoderno se ha ido imponiendo bacterizándose en nuevas teorías de la liberación. Lucía González-Mendiondo propone recuperar un norte común donde los sexos y las diferentes eróticas se vean liberadas de jerarquías, hortodoxias que dicten cómo debemos desear y a quién, cómo y cuando – si debemos en libertad, y libertad es precisamente elegirlo, vivir en pareja, ser madre o compartir un proyecto de vida con otra persona -.La obsesión de los radicalismos de todo signo con la reformidad bien moral o legal, lleva a elaborar un feminismo libre de atavismos y gobernanza políticamente correcta. La norma no hace la libertad ni a igualdad; aún menos ilumina el camino a la liberación personal y colectiva.