La criminalidad de los estadios ha alcanzado sus mayores triunfos cuando estos lugares han sido utilizados para segregar, torturar y masacrar a los adversarios políticos. Un uso excepcional, pero en absoluto anómalo. Se ha tratado antes bien de momentos de la verdad, reveladores de la naturaleza profunda de este templo, realización total de su potencial. Cárcel y matadero. Después se limpia la sangre y el estadio vuelve a su uso habitual: partidos de fútbol, conciertos de rock, encuentros religiosos. Violencia ritual, rutinaria, fisiológica. La máquina que funciona al mínimo, pero siempre lista para dar el máximo, lo mejor de sí misma.

La criminalidad de los estadios

Piergiorgio Bellocchio

(incluido en Soy un paria de la ciencia, segundo volumen de Limitar el deshonor)

La criminalidad de los estadios, donde cada domingo se celebra el rito futbolístico fundado sobre la violencia física y verbal: violencia premeditada, incubada y alimentada durante toda la semana; violencia que todavía no se propone como objetivo explícito la eliminación física del adversario, limitándose por lo general a amenazarla, y que sin embargo a menudo acaba igualmente por obtenerla, y cuando el hecho se consuma, es celebrado.

La criminalidad de los estadios ha alcanzado sus mayores triunfos cuando estos lugares han sido utilizados para segregar, torturar y masacrar a los adversarios políticos. Un uso excepcional, pero en absoluto anómalo. Se ha tratado antes bien de momentos de la verdad, reveladores de la naturaleza profunda de este templo, realización total de su potencial. Cárcel y matadero. Después se limpia la sangre y el estadio vuelve a su uso habitual: partidos de fútbol, conciertos de rock, encuentros religiosos. Violencia ritual, rutinaria, fisiológica. La máquina que funciona al mínimo, pero siempre lista para dar el máximo, lo mejor de sí misma.

Las recurrentes invocaciones a los hornos crematorios hitlerianos contra los deportistas israelíes no representan síntomas de coletazos antisemitas; la ideología nazi tiene poco que ver aquí. Si los ultras tuvieran conocimiento de las masacres italianas llevadas a cabo en Etiopía y Libia, podemos estar seguros de que las enarbolarían con entusiasmo si se dieran encuentros con equipos libios o etíopes. Hemos visto humillar a los aficionados muertos como «conejos» en el estadio de Bruselas, así como el deseo de que se repitan muchas más Bruselas. Y no olvidemos que, a pesar de la tragedia, el partido se jugó tal y como estaba estipulado, seguido con muy deportiva emoción por los espectadores, y coronado por los abrazos finales de los vencedores*.

Hay quienes han protestado porque el Papa, para reunirse con sus fans chilenos, ha elegido el mismo estadio que fue escenario de las atrocidades que siguieron al golpe de Pinochet. Como si los intereses políticos y económicos que se benefician de la visita del Papa fueran distintos a los que promovieron el golpe y ordenaron las matanzas; como si entre las muchas manos que aplaudieron al Papa no se encontraran también las que habían seguido dichas órdenes. Resultaba por tanto apropiado que allí donde se había contribuido de modo tan eficaz a la muerte de la democracia chilena, abriéndose de ese modo nuevas y favorables perspectivas políticas a la iglesia católica, resultaba apropiado que fuera ese estadio el lugar elegido para que el Papa celebrara su misa multitudinaria, como si se estuviera cumpliendo un voto de agradecimiento. Pero cualquier otro estadio habría resultado igualmente apropiado.

* Alusión a la conocida como «Tragedia de Heysel». El 29 de mayo de 1985, antes de disputarse en Bruselas la final de la Copa de Europa entre un club inglés y uno italiano, una avalancha provocó la muerte por asfixia de cincuenta y seis personas. El partido se disputó íntegramente.