La guerra es la salud del Estado. Pone en marcha automáticamente, en el conjunto de la sociedad, esas fuerzas irresistibles a favor de la uniformidad, de la cooperación apasionada con el gobierno, para obligar a obedecer a los grupos minoritarios y a los individuos que carecen del sentido general del rebaño. La maquinaria del gobierno establece y hace cumplir la severidad de las penas; las minorías son silenciadas mediante la intimidación o se las hace entrar lentamente en razón mediante un sutil mecanismo de persuasión que acaba por convencerlas de que se han convertido por voluntad propia.

La guerra es la salud del Estado

Randolph Bourne

Prefacio de John Dos Passos
Prólogo de Rafael Poch
Traducción de Salvador Cobo
Colección Casus Belli, 14

2023
12€
128 p.
12×17
ISBN: 978-84-125386-9-4

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Precio web: 11,40€

 

En 1918, cuando casi todos los progresistas americanos apoyaban la guerra y la participación en ella de su país, un joven intelectual escribía un lúcido ensayo antibelicista: según él, la guerra revelaba el verdadero rostro del Estado, que se servía de ella para extender su dominio en el extranjero y aplastar toda disidencia interna con leyes de excepción. Allí figura el aforismo que le hizo célebre: La guerra es la salud del Estado.

Randolph Bourne (1886-1918) mostró desde joven un talento precoz para la escritura, colaborando con medios progresistas como The Atlantic Monthly o The New Republic. Pero simpatizaba cada vez más con la causa de los trabajadores, identificándose con los explotados y oprimidos por experiencia directa derivada de su discapacidad física (era un jorobado de 1,50 m con el rostro deforme) y su precariedad laboral. Desde 1914, su inflexible postura antibelicista lo enfrentó a casi toda la izquierda americana, que lo marginó y expulsó de sus medios.

En los textos que presentamos aquí, «La guerra y los intelectuales» y «El Estado», Bourne ejecuta un análisis mordaz de cómo el intelectual progresista americano, aliándose con las fuerzas más reaccionarias, abandona su pacifismo e internacionalismo por una guerra «en pos de la democracia», y muestra al Estado en tanto que maquinaria para borrar toda disidencia e imponer un pensamiento único.

Randolph Bourne

Randolph Bourne (1886-1918) nació en Nueva Jersey. Su vida estuvo siempre marcada por su aspecto físico: era jorobado, de 1,50 m de altura —consecuencia de la tuberculosis vertebral que padeció a los cuatro años de edad— y con el rostro deforme —a raíz de un mal uso de los fórceps en el parto—, y de hecho, fruto de esa condición escribió un ensayo considerado pionero en las reflexiones políticas sobre la discapacidad.

Fue un estudiante brillante, y pese a ser admitido en la Universidad de Princeton en 1903, su precaria economía le impidió matricularse, debiendo trabajar durante seis años en los empleos más dispares antes de poder comenzar realmente sus estudios universitarios en la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1909. Allí cayó bajo la influencia de John Dewey, filósofo, pedagogo y una de las mayores figuras del liberalismo de izquierdas norteamericano; bajo su tutela, Bourne comenzó a destacar como ensayista, escribiendo para revistas como The Atlantic Monthly o The New Republic. Sin embargo, Bourne no tardó en alejarse del progresismo moderado de su maestro y de los medios donde colaboraba: simpatizaba cada vez más con la causa de los trabajadores, mostrando afinidad con el sindicato revolucionario International Workers of the World, los Wobblies.

El estallido de la guerra en Europa en el verano de 1914 confrontó a Bourne con el grueso de la izquierda norteamericana: la mayoría de los intelectuales «progresistas», con John Dewey a la cabeza, eran partidarios de la entrada de su país en la guerra, pero no así Bourne. Su inflexible postura antibelicista incomodaba sobremanera a sus colegas, que rompieron definitivamente con él cuando, en abril de 1917, Estados Unidos declaró la guerra a Alemania y se unió a la Triple Entente.

Ese año The New Republic y el resto de medios progresistas dejaron de publicar sus artículos, y fue entonces cuando varios jóvenes radicales, que compartían el antibelicismo de Bourne, fundaron una pequeña revista literaria, The Seven Arts, que acogió seis artículos donde Bourne criticaba con arrojo el esfuerzo de guerra norteamericano, así como el entusiasmo belicista de sus viejos amigos progresistas; pero la revista tuvo que cerrar al año de vida debido al riesgo de publicar sus textos. Bourne se vio cada vez más aislado y acosado. Otra revista con la que había colaborado, The Masses, fue clausurada por el gobierno bajo la acusación de poner trabas al reclutamiento militar forzoso.

El 22 de diciembre de 1918, apenas un mes después del final del conflicto bélico, Randolph Bourne murió con 32 años como consecuencia de la epidemia de gripe provocada por la guerra a la que tan implacablemente se había opuesto. En la papelera de su cuarto encontraron el manuscrito de un proyecto de libro con el título «El Estado», que constituía la culminación de sus críticas antibelicistas.

Hasta donde sabemos, esta es la primera vez que se traduce su obra al castellano.