15M. Obedecer bajo la forma de la rebelión

Colectivo Cul de Sac

El tiempo de la indignación es el tiempo de la defensa de los privilegios, no el de la revolución contra el orden que los produce. El 15M ha supuesto la alineación de una parte de la población, hasta ahora sólo desencantada, para la defensa por otros medios del orden establecido. Ha exclamado su pretensión de mantener las condiciones de una vida insostenible al módico precio de olvidar la opresión pasada, justificar la presente y preparar la futura.

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Descripción

«El tiempo de la indignación es el tiempo de la defensa de los privilegios, no el de la revolución contra el orden que los produce. El 15M ha supuesto la alineación de una parte de la población, hasta ahora sólo desencantada, para la defensa por otros medios del orden establecido. Ha exclamado su pretensión de mantener las condiciones de una vida insostenible al módico precio de olvidar la opresión pasada, justificar la presente y preparar la futura».

Estas líneas se escribieron en noviembre de 2011, cuando se enfriaba el calor de los acontecimientos de primavera y remitía la toma de las plazas. Nuestra reflexión fue contundente: el 15M no expresaba el inicio de ningún ciclo de transformación social, sino volver a obedecer bajo la forma de la rebelión.

Como no tenemos ninguna necesidad de dulcificar nuestros argumentos para ganar ninguna mayoría electoral, ofrecemos de nuevo estas Tesis sobre la indignación y su tiempo. Han pasado cinco años, y creemos que gran parte de sus predicciones sobre la deriva de aquella #spanishrevolution se han cumplido de forma sorprendentemente precisa. Cuando señalamos que, más allá de las supuestas formas asamblearias, el contenido mayoritario que movía a la indignación hacía pensar en su futuro encuadramiento en algún tipo de organización que defendiese una especie de socialdemocracia 2.0., pocos nos tomaron en serio.

La rueda de molino del «proceso constituyente» ha devastado con su jerga el campo de lo discutible, convirtiéndose para muchos en la única alternativa posible. Ni votar con ilusión ni adoptar aquel «patriotismo de los de abajo» ha sido suficiente para modificar siquiera superficialmente algunos de los peores rasgos de nuestro modo de vida. Los límites a su desarrollo siguen sin plantearse abiertamente, entretenidos como estamos en un bochornoso juego de escaños.

Las raíces de la degradación social son profundas, y ninguna revolución política (reformista, populista de izquierdas, neoliberal o socialdemócrata) está en condiciones siquiera de entenderlas mientras no se desembarace del mito del progreso y el desarrollo económico. Los argumentos son conocidos, los hechos están a la vista de todos, pero bajo determinadas condiciones señalar lo evidente se convierte en la tarea más importante.