El Jardín de Babilonia

BERNARD CHARBONNEAU

Aquí el otoño es un despertar. La pesada confusión del verano se disipa bajo la mirada misma de la luz: ni una piedra que no brille, ni una rama que no esté cincelada por el cristal más duro. Cada tarde la nitidez del cielo se agudiza bajo la amenaza de la helada, amenaza que luego truncará una noche de viento del sur. Súbitamente cárdenos, aparecerán los Pirineos encolerizados, con sus picos acuchillados por el hielo, sus laderas incendiadas por los fuegos del ocaso, el manto de nubes presto a rebasar la cresta. Hacia ese vacío demasiado puro del ciclón asciende entonces una legión de vientos, y el pendón de las borrascas restalla en los postigos; desgreñado, el Oeste brama desastre y todos los aguaceros del mar le siguen, mientras las hojas alzan el vuelo y el fruto demasiado pesado de las cosechas cae de las ramas negras del invierno.

19,00

Descripción

«En el siglo del artificio sentimos pasión por esta naturaleza que destruimos. Es la civilización del coche y del avión la que sube a pie a la montaña, son los individuos más civilizados de los pueblos más civilizados los que se ponen a estudiar la vida de los “primitivos”, los que describen y ensalzan sus costumbres. Cuanto más nos distinguimos de ella, cuanto mejor la conocemos, más experimentamos el sentimiento de la naturaleza pero, al mismo tiempo, más nos alejamos de ella. La hemos inventado al destruirla y esta invención contribuye a su destrucción. Al final de este proceso se esboza un mundo en el que, destruida la naturaleza, el amor por ella sería más fuerte que nunca; y en el que el Edén original, alterado desde la primera intervención humana, se realizaría al fin en estado puro en un puñado de regiones de la tierra (o de nuestra vida) cuidadosamente organizadas. La experiencia de la naturaleza es hoy en día inseparable de la de su destrucción. Si queremos recuperar la naturaleza, primero tenemos que hacernos cargo de que la hemos perdido».

De entre la veintena de libros de Bernard Charbonneau (1910-1996), todos ellos dedicados a lo que él llamaba la «Gran Muda» del siglo xx, fue en El Jardín de Babilonia donde mayor empeño puso en mostrar cómo, después de haber arrasado la naturaleza, la sociedad industrial terminaba de aniquilarla «protegiéndola», organizándola; y cómo se desvanecían al mismo tiempo, con esta artificialización, las oportunidades de la libertad humana. Y no es el menor de los méritos de El Jardín de Babilonia el haber denunciado tan pronto en qué iba a convertirse necesariamente la «defensa de la naturaleza» desde el momento en que separaba su causa de la de la libertad; la indigna regresión que desde ese punto de vista constituye el ecologismo político quedaba juzgada de antemano.