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Piloto automático. Notas sobre el sonambulismo contemporáneo (oferta)

JUANMA AGULLES

Es posible que la plena integración en la megamáquina no sea más que el delirio de unos cuantos que tratan de afianzar así su dominio sobre el resto. Pero entonces la incomodidad y el desasosiego que sentimos serían un último síntoma de salud de aquella parte de la vida que aún se resiste a ser sometida.

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Descripción

Lewis Mumford señala que en la tradición china se solía desear a los enemigos que les tocase vivir «tiempos interesantes». Era una forma de condenarlos a la turbulencia, los cambios violentos y el desequilibrio. Corría la década de 1950, y Mumford afirmaba que, sin duda, los tiempos que les había tocado vivir eran «tiempos interesantes». Con ello se refería a que la mecanización daba lugar a una reducción inédita de las capacidades humanas para crear y modificar sus condiciones de existencia, extendiendo al mismo tiempo la escasez y la hambruna, las guerras y el culto a los regímenes totalitarios.

Nuestros tiempos puede que sean incluso más «interesantes». La culminación de la sociedad tecnológica parece haber agotado los intentos por frenar el proceso de automatización. El precio del progreso mecánico es que el ser humano abandone el núcleo fundamental de su existencia, y lanzado a toda velocidad, pierda de vista las señales de peligro. En la progresión ascendente de nuestra complejidad técnica es esa misma inercia la que nos sigue arrastrando. Todas las prótesis tecnológicas que adquirimos para no tener que tomar decisiones nos hacen más vulnerables y nos someten más al criterio de la máquina.

Lo que Langdon Winner llamara «sonambulismo tecnológico» expresa muy bien esta sensación de estar marchando con el piloto automático. Pero mientras nuestro cuerpo se sigue adentrando en el entramado tecnológico, nuestra mente sigue pensando en términos religiosos, y por ello asistimos a la creación de una nueva fe, con su iconografía, sus mártires y sus santos. De modo que aquellos dispuestos a renunciar a «las ventajas prácticas» para salvaguardar su autonomía han quedado casi reducidos a la condición de una secta herética dentro de la mayoritaria religión tecnófila.

Es posible que la plena integración en la megamáquina no sea más que el delirio de unos cuantos que tratan de afianzar así su dominio sobre el resto. Pero entonces la incomodidad y el desasosiego que sentimos serían un último síntoma de salud de aquella parte de la vida que aún se resiste a ser sometida.