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Es posible que la plena integración en la megamáquina no sea más que el delirio de unos cuantos que tratan de afianzar así su dominio sobre el resto. Pero entonces la incomodidad y el desasosiego que sentimos serían un último síntoma de salud de aquella parte de la vida que aún se resiste a ser sometida.

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Un futuro sin porvenir. Por qué no hay que salvar la investigación científica

La Ciencia (con mayúscula) ocupa el centro de la ideología progresista, que ha legitimado la apropiación del destino humano y terrestre por parte de la industria en los últimos dos siglos. La ciencia (con minúscula), con las múltiples apariencias —a veces contradictorias— con que se enmascara, es esencial en la producción de nuevos procedimientos industriales, de nuevos modos de estar en el mundo, de nuevos objetos; en resumen, de nuevas tecnologías. El Grupo Oblomoff se esfuerza aquí en denunciar los avatares no sólo del cientifismo sino de la propia Ciencia.

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¿Sólo un dios puede aún salvarnos? Heidegger y la técnica

La pregunta de si hoy es necesaria una crítica de la técnica que vaya más allá de la denuncia de los aspectos parciales de algunos excesos se responde sola. El desastre no son los fallos del sistema, como las mareas negras, los accidentes de coche, el trabajo esclavo en las minas de coltan, Fukushima o los cánceres inducidos por el consumo de alimentos atiborrados de pesticidas. El desastre son más bien los superpetroleros cuyo nombre nunca conoceremos y que llegan a puerto sin inconvenientes para descargar el crudo; son los setecientos millones de vehículos a motor que han devastado gran parte de la superficie terrestre y de nuestros pulmones; nuestra adicción a ordenadores y teléfonos móviles; la siempre creciente necesidad de la demanda de energía eléctrica; o la mecanización, quimización y mercantilización de la agricultura en todo el planeta. Es decir, el funcionamiento «correcto» de la sociedad industrial.

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