La docilidad en tiempos de COVID

No sólo se acepta con fe supersticiosa hasta la restricción más disparatada, como la de ponerse mascarilla en mitad de la playa, sino que además se asocia cualquier crítica de sus contrapartidas con el espantajo de la extrema derecha negacionista o conspiracionista. La izquierda en su conjunto ha hecho suyo este maniqueísmo, y asume que cuestionar las prohibiciones y obligaciones que han venido imponiéndose desde marzo de 2020 es cosa de magufos con un cucurucho de papel de aluminio en la cabeza. Así, lo normal es el pase sanitario, porque si uno quiere comerse el pincho de tortilla en el bar sólo tiene que vacunarse.

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La revuelta conformista. El 68 y los jóvenes

De esta sociedad ―de este estado de cosas― hay que separarse, llevar a cabo un acto lleno de «herejía». Y separarse tranquilamente, sin gritos ni tumultos, en silencio y en secreto; no solo, sino en grupos, en «sociedades» auténticas que puedan crear una vida lo más independiente y sensata posible, sin ninguna idea de falansterio o de colonia utópica, en la que cada cual aprenda ante todo a gobernarse a sí mismo y a comportarse con justicia con los demás, y donde cada cual ejerza su oficio según las reglas del propio oficio, que son en sí mismas los principios morales más simples y estrictos, y que excluyen siempre por naturaleza el fraude, el abuso de poder, la charlatanería y la sed de dominio y de posesión. Esto no significaría dar la espalda ni a la vida de nuestros semejantes, ni a la política en un sentido serio. Sería, sin embargo, una forma no retórica de «protesta global».

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La criminalidad de los estadios

La criminalidad de los estadios ha alcanzado sus mayores triunfos cuando estos lugares han sido utilizados para segregar, torturar y masacrar a los adversarios políticos. Un uso excepcional, pero en absoluto anómalo. Se ha tratado antes bien de momentos de la verdad, reveladores de la naturaleza profunda de este templo, realización total de su potencial. Cárcel y matadero. Después se limpia la sangre y el estadio vuelve a su uso habitual: partidos de fútbol, conciertos de rock, encuentros religiosos. Violencia ritual, rutinaria, fisiológica. La máquina que funciona al mínimo, pero siempre lista para dar el máximo, lo mejor de sí misma.

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