Saqueadores de espuma

La nueva ciudad carece no sólo de capas sucesivas de acontecimientos sedimentados a lo largo del tiempo capaces de animar a sus moradores; se halla igualmente desprovista de miradas que puedan vivirla, pues el capital humano disponible para construir el devenir histórico de tal distopía es una miríada de seres indiferentes al descalabro de la ciudad histórica. Inmersos en un delirio aséptico, cobijados y guarecidos de los peligros de la vida en sus coches y casas, aislados e inmovilizados ante el teclado y la pantalla, ¿pueden los incidentes desfallecidos de sus vidas dejar alguna huella en las piedras de la ciudad?

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Chernoblues

El Estado autoritario, o incluso totalitario, se vuelve una necesidad «natural» y deja de ser el producto de una decisión de la población o de la toma del poder por parte de una minoría. La dinámica de la sociedad industrial es temible por su extremada coherencia lógica. Los antinucleares y más en general el movimiento ecologista, al no reclamar más que controles cada vez más estrictos y una reglamentación más restrictiva, participan en esta dinámica, independientemente de los valores que querrían desarrollar en la sociedad.

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Autorretrato italiano. Herejes contra la máquina

Si es legítimo hablar de «religión industrial» para referirse al sistema de creencias sobre el que se funda todo el conjunto de transformaciones materiales que traen aparejadas la modernización y el desarrollo, tiene todo el sentido hablar también de los herejes de esa religión: los rebeldes contra la Máquina —símbolo en el que queremos concentrar los mil y un rostros del desarrollo científico y tecnológico—, los heterodoxos y desafectos a quienes los sacerdotes del progreso condenaron a la marginalidad, despachados como oscurantistas y reaccionarios.

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Las bellas banderas

He tenido recientes experiencias de «diálogo» con el público no especializado, y han sido experiencias hermosísimas. Comenzó meses atrás cuando me pidieron que acudiera a dar una conferencia. Pero yo no tenía ganas de hacer de conferenciante, no tenía ganas de aburrirme al público y a mí mismo con una charla que sólo entretiene si se representa bien, o sea, con demagogia; de modo que les propuse hacer una «conferencia de prensa pública»: los asistentes podrían plantearme preguntas, con total libertad, y yo les respondería. Salió de maravilla: no se aburrió nadie, a pesar de que el diálogo se prolongó más allá de dos horas. Desde entonces, siempre que me piden que vaya a hablar a otras ciudades lo hago así; y guardo un recuerdo hermosísimo de todas estas charlas, un sentimiento de profunda simpatía hacia mis interlocutores. Me gustaría hacer aquí, en este rincón, algo parecido y esperemos que igual de útil y vital.

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